Lo que menos les gusta a los indolentes es sostener conversaciones incómodas. De por sí les cuesta mantenerse activos en un diálogo; sortean esta dificultad con los muchos monosílabos que componen el grueso de su vocabulario. Cuando la complejidad de un coloquio los abruma, se alejan aduciendo una sensibilidad que no tolera, según ellos, el flagelo de las confrontaciones. Se disfrazan de seres frágiles y sensibles, pero su misma pereza les impide mantener en el tiempo estos artificios. Deambulan arrastrando los jirones de sus desidias que, a pesar de su longitud, no dejan huella alguna.
Lo que menos les gusta a los indolentes es sostener conversaciones incómodas. De por sí les cuesta mantenerse activos en un diálogo; sortean esta dificultad con los muchos monosílabos que componen el grueso de su vocabulario. Cuando la complejidad de un coloquio los abruma, se alejan aduciendo una sensibilidad que no tolera, según ellos, el flagelo de las confrontaciones. Se disfrazan de seres frágiles y sensibles, pero su misma pereza les impide mantener en el tiempo estos artificios. Deambulan arrastrando los jirones de sus desidias que, a pesar de su longitud, no dejan huella alguna.
En el bar, un ser indolente, regodeándose en su pasividad.
Un indolente bailando indolentemente la danza turca.
Distracción en la meditación, un indolente sentado en su simpleza.
La espera y la muñeca, dos indolentes en sus menesteres.
Dos nuevos indolentes en los rincones, durmiendo o esperando nada.